Una cascada de hipnóticas imágenes se funden ante los ojos del espectador desde el mismo momento en que da comienzo “Like crazy” (Drake Doremus), la gran triunfadora del festival de Sundance de 2011. Un montaje muy particular, una notable banda sonora y una Felicity Jones en estado de gracia sirven en bandeja el éxito de este drama romántico. La historia de amor entre Anna (Felicity Jones) y Jacob (Anton Yelchin), adaptada a los nuevos tiempos, escapa por esta misma razón de lo convencional, presenta un desarrollo muy fluido y consigue transmitir la impotencia que Anna siente más allá de la pantalla. No sería justo destacar ningún elemento sobre el resto para justificar lo privilegiado que me siento por poder disfrutar de esta cinta cuyo humilde presupuesto (250.000 $) no frena ni mucho menos la imaginación de su creador. Me gustaría, sin embargo, pararme a desgranar alguno de los recursos estilísticos que se emplean en su montaje y que siguen dejándome con la boca abierta por muchas veces que los revisione.
– El plano-contraplano:
El uso del plano-contraplano en la primera cita de Anna y Jacob en la cafetería no es el habitual, ya que se nos presentan de perfil y no de frente, en el que es el primer momento en que el montaje busca hacérsenos consciente, permitiéndonos así intuir los problemas que marcarán su relación sentimental. En el siguiente plano-contraplano un cristal impide, a modo de juego, su contacto físico. En ambos casos el empleo de esta técnica de un modo convencional no nos conduciría a sospechar que la distancia física será más adelante lo que mantenga separados a nuestros protagonistas; por eso es necesario aportarle un elemento diferenciador, que si en el primer caso era el plano lateral, en el segundo es el cristal.
– La elipsis:
Anna y Jacob han pasado con notable éxito su primera cita; a ésta le va a seguir una segunda en la que se nos va a narrar cómo se enamoran perdidamente el uno del otro. Recrearse en ella no aportaría mucho más a la trama de la película, y es por eso que Drake Doremus opta por recurrir a la elipsis, mostrándonos pequeños clips de este encuentro, en que las sonrisas y el contacto físico son una constante. Consigue así un sobresaliente efecto de dinamismo y, cuando un fundido en negro dé término a esta secuencia y paso a los últimos días en que a Anna le está permitida la estancia en los Estados Unidos, entenderemos lo rápido que se les ha pasado el tiempo a los enamorados personajes.
Este recurso se emplea en más ocasiones a lo largo de este filme. En una de ellas vemos transcurrir la noche de bodas de los protagonistas. De nuevo busca aquí este mismo doble efecto, el de no aburrir, ir a lo importante, y el de hacernos vivir en nuestras propias carnes la fugacidad con que sienten el paso tiempo que comparten juntos.
– Plano-contraplano y elipsis:
El primer viaje de Jacob a Inglaterra no está exento de discusiones con Anna. Los conflictos propios de una situación que les desborda van floreciendo a la superficie. La narración de la película sufre entonces el riesgo de perder del todo la ahora frágil química amorosa que le da sentido. Drake Doremus solventa brillantemente la papeleta en un precioso cruce de miradas y tímidas sonrisas jugando con el plano-contraplano.
Al final de esta secuencia se introduce una elipsis que hace desaparecer a Jacob del mapa. Frente a un asiento vacío se nos muestra a una Anna ahora seria. La evidencia de este recurso obliga al espectador a reflexionar sobre su significado: su día a día es una constante, echarle de menos.
– El fotomontaje:
Anna decide violar su permiso de residencia en los Estados Unidos y pasar el verano junto a su novio. En los siguientes quince segundos se suceden numerosas fotografías en que la pareja comparte cama. La imagen de Jacob yaciendo en solitario, a la que sigue un fundido en negro, da término al apasionado verano que suponemos ha pasado junto a su chica. Esta técnica, la del fotomontaje, más propia del género documental, resulta aquí usada tan bella como efectiva. Sin dar apenas tiempo a que parpadeemos –de nuevo se nos pasa el tiempo que comparte la pareja tan rápido como a los implicados– hemos presenciado el día a día y el sentir de los dos protagonistas durante varias semanas de tiempo ficticio.
– El fundido encadenado:
Incapaz de soportar la ausencia de Jacob, Anna le llama, animándole a que vaya a visitarla a Inglaterra. Él promete visitarla en un par de días. Pero apenas le hemos oído decidirse a cruzar el charco, la imagen de Anna tendida en solitario sobre su cama se va disolviendo ante la sobreimpresión de la siguiente escena, en que su amado está ya a su lado. Esta marcada transición, conocida como fundido encadenado, que en condiciones normales se emplea para marcar el paso del tiempo, nos habla aquí además de una absoluta predisposición –propia de la pasión que marca el inicio de su relación– de Jacob por satisfacer los deseos y evitar el sufrimiento de Anna.
– Time lapse y fundido encadenado:
Seis meses es la espera que una llorosa Anna ha de soportar hasta que un avión le traiga de vuelta a su recién estrenado marido. Un tiempo en que su mente permanece quieta, anestesiada, aguardando, en stand-by. Por eso su figura queda pétrea en el time lapse del aeropuerto con que Doremus nos homenajea. Un fundido encadenado localizado en la figura de Anna y su encuentro con Jacob nos señala el fin de la angustiosa espera.
– El montaje paralelo:
Incapaces por enésima vez de verse reunidos en los Estados Unidos, Anna y Jacob dejan de mutuo acuerdo aparcado a un lado su amor imposible –metafóricamente expresado en la ruptura de la cadena que este último le había regalado a su enamorada– y dan reentrada en sus vidas a Simon (Charlie Bewley) y a Samantha (Jennifer Lawrence). Un montaje paralelo de los encuentros sexuales con sus respectivas parejas indulta a ambos ante el espectador, al que no le queda entonces más remedio que comprender los parches que uno y otro ponen a la amargura que les inunda el corazón. Un halo de esperanza se nos abre cuando esta secuencia ofrece sendos gestos serios, pensativos, quizá de vacío, como conclusión.
– Fundidos en negro muy seguidos:
Simon elige un mal día para proponerle matrimonio a Anna, y es que ésta acaba de conocer la concesión de su permiso para viajar a los Estados Unidos. La apresurada propuesta desencadena esa misma noche la ruptura de su relación. Pero no hay gritos, discusiones ni ruegos. Y no los tiene que haber no solo porque sabemos más que de sobra el porqué de este final, sino porque sería desastroso para el ya tocado ánimo de la audiencia que la dura lucha de Anna por acabar con Jacob dejara tras de sí un rastro de víctimas inocentes. Por eso Doremus aboga por la sutileza, por dejar que la lógica siga su curso; opta, por tanto, por el silencio, por un original uso repetitivo del fundido en negro que culmina con una luminosa y liberada Anna, preparada para reconquistar a su esquivo amor una última vez.
Información del autor: Miguel García-Boyano es un cinéfilo amante del cine dentro del cine. Proyecto de médico por la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. La definición más acertada que puede dar de sí mismo es a través de tres de las películas que más vueltas le han hecho dar a su cabeza: «It’s a wonderful life» (Frank Capra, 1946), «American Beauty» (Sam Mendes, 1999) y “La vie d’Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013).
Paul dice
Genial entrada.
Miguel dice
Gracias, Paul. Espero que le haya sido útil para acercarse un poco más a la técnica del cine.