Son las cuatro de la tarde de un sábado o de un domingo cualquiera. Nada que hacer. Zapeo sediento de alguna sorpresa cinéfila. Tres o cuatro minutos, no más, son la exigente oferta que mi paciencia ofrece a las diferentes candidatas. Si tuviera que apostar por una película capaz de llamar la atención de cualquiera en un momento así, incluso en sus minutos de metraje menos acertados, esa sería sin lugar a dudas “(500) Days of Summer” (Marc Webb, 2009). ¿Cuáles son las fórmulas que hacen de esta obra del cine independiente un producto tan poco convencional como atractivo? Allá van algunas conjeturas…
– Zooey Deschanel y Joseph Gordon-Levitt llevan aún más allá su hipsterismo:
La estética del universo de Tom (Joseph Gordon-Levitt) y de Summer (Zooey Deschanel) podría catalogarse, durante esos 500 días que la película les une, de vintage. La compañía de tarjetas de felicitación en que trabajan, la música que escuchan, pero sobre todo la ropa que visten nos trasladan a décadas pasadas. Sólo al final de sus días juntos los veremos uniformados con una ropa más actual. Este cambio nos da a entender que ambos dos han conseguido madurar en ese año y poco en que sus vidas se han cruzado. Así, si Tom ha sido apercibido del lado más cruel de las relaciones de pareja, Summer ha encontrado en ellas el lado más romántico que desde su infancia creía inexistente.
Sorprende que Summer escoja el azul para teñir no sólo todo su vestuario, sino también el espacio en que más íntima se nos revela, su casa. Sus preciosos ojos azules, la entonación que emite su peculiar voz nasal, la palidez de su piel… Todo en ella es frío como el cristal.
– El dinamismo de su estructura:
Hacia delante y hacia atrás. Mismas situaciones, distintas respuestas (paralelismos). La incertidumbre de qué pasará cuando el tiempo alcance el presente. No tengo que pensar mucho para identificar dónde he visto algo semejante. Si repasan “Two for the road” (Stanley Donen, 1967) y “Blue Valentine” (Derek Cianfrance, 2010) encontrarán una estructura equivalente al servicio de una similar temática. Que en “(500) Days of Summer” el tiempo que transcurre entre los acontecimientos más románticos y los más devastadores sea de meses y no de años dificulta las señales del paso del tiempo –realizadas por un simple cambio de peinado y/o vestuario en aquellas otras–, recurriendo finalmente a una práctica cuenta que avanza y retrocede desde el 1 al 500.
– El originalísimo uso de la pantalla partida:
El gusto de Marc Webb por el empleo de la pantalla partida se hace patente ya desde los mismos títulos de crédito iniciales, en que vemos crecer a Tom y a Summer a ambos lados de la pantalla, remarcándosenos así lo diferentes que serán las formas en que uno y otro experimentarán su relación, y es que venimos de conocer lo opuesto de las experiencias que marcan su vivencia del amor ya en la infancia. Aunque este recurso, el de la pantalla partida, no es ni mucho menos original, el empleo que se hace de ella en la que es quizá la escena más conocida de esta cinta sí que la consigue llevar a un nivel al que nadie lo había hecho. Me estoy refiriendo, como no podía ser de otro modo, a la secuencia que nos permite experimentar simultáneamente las expectativas que invaden a Tom cuando es invitado a la fiesta que Summer organiza en su casa y la realidad en que estas mismas se ahogan. Recuerdo una genial escena en “High Fidelity” (Stephen Frears, 2000) en que el personaje que interpreta John Cusack fantasea con atizarle una paliza al nuevo novio de su ex-pareja (Tim Robbins), fantasías que parecen reales en un principio, pero que acaban por terminar bruscamente, dando paso a la escena que representa la realidad. Quizá si entonces Frears hubiera recurrido a la pantalla partida, su uso en “(500) Days of Summer” no resultaría tan original como en realidad es.
– El videoclip:
La escogida selección musical que compone la banda sonora de este filme es, sin duda alguna, uno de sus puntos fuertes. Marca, sin embargo, una mayor diferencia la demostrada maestría de Marc Webb en la dirección de videoclips, campo en el que tuvo que ganarse un nombre antes de poder dirigir esta película, su ópera prima.
El primero de los videoclips que nos regala es quizá el más discreto de todos ellos; los títulos de crédito iniciales pasan desapercibidos ante un fondo que rememora el crecimiento –aún incompleto– de uno y otro protagonista, todo ello al ritmo de “Us” (Regina Spektor).
Cuando Tom, tras una apasionada noche, cree haber conseguido derrumbar la fría barrera que rodeaba el corazón de Summer todo parece sonreírle. Por eso, la extroversión que acompaña a su éxito eleva el ritmo de una mañana cualquiera al son de “You make my dreams” (Daryl Hall & John Oates) regalando al espectador una de las escenas más destacadas de la película.
El último de ellos consigue levantar a Tom de su cama en cuanto la pelota que bota empieza a acompañar los primeros compases de “Vagabond” (Wolfmother). El empleo del time lapse sobre los edificios y carreteras de Los Ángeles nos ayudan a comprender que es momento de que el tiempo empiece a correr más deprisa y de que una nueva estación llegue a las vidas de Tom y del espectador. Voluntariosos, animados por los versos de esta canción, deseamos seguirle, emerger con él de las cenizas que Summer ha dejado tras de sí.
– Sus guiños cinéfilos:
Hasta en tres ocasiones vemos a Tom acudir al cine. En las dos primeras lo hace acompañado de Summer, asistiendo a una sesión de cine cómico y comercial –las risas y las palomitas así parecen atestiguarlo– y a una reposición de “El graduado”, película cuya malinterpretación causa gran parte del romanticismo que caracteriza a Tom. La tercera proyección a la que asiste contiene referencias a la Nouvelle vague y a Ingmar Bergman. Siento decepcionar al lector con mi incultura, pero hasta una mayor profundización en estas ineludibles paradas del cine me considero incapaz de comentar apropiadamente estas referencias.
Más fácilmente reconocibles me resultan las dos referencias que incluye el videoclip de “You make my dreams”. Al comienzo del mismo se puede ver cómo, cuando Tom mira su reflejo en el cristal de un coche, ve a Han Solo (Harrison Ford en la trilogía original de “Star Wars”) –supongo que el ídolo cinematográfico de la infancia de Tom Webb– guiñándole un ojo. Un poco más adelante un pajarillo azul de dibujos animados se posa sobre el hombro de Tom. Inspirado muy probablemente en la factoría Disney puede subyacer bajo su aparición una sutil crítica al retrato que clásicamente ha hecho ésta del amor de pareja. Y es que en el fondo la mayor referencia cinéfila no es ni mucho menos tan explícita. Armado con las mismas armas –final incluido– de las comedias románticas hollywoodienses “(500) Days of Summer” parece acompañar el grito de socorro del más que saturado espectador de las inútiles obras de Meg Ryan, Sandra Bullock, Julia Roberts y compañía.
– ¿Una comedia romántica?
No es sencillo decir si esta es o no una comedia romántica, como tampoco lo es señalar si “El Quijote” es una novela de caballerías. Su director no la incluye dentro de este género, pero leo lo contrario en uno de sus posters promocionales. En cualquier caso, Marc Webb es capaz de llenar su película de un romanticismo y comicidad que consiguen imponerse con creces al de sus adversarias más inmediatas. Los tintes cómicos dependen de la identificación que logran ciertas secuencias en el espectador; en mi caso particular, cuando asisto a las penosas artes de Tom para llamar la atención de Summer al homenajear con The Smiths su salida de la oficina o al enfrentamiento de expectativas vs. realidad me parece estar mirándome al espejo y no puedo evitar que se me escape la sonrisa. Por otro lado, los prolegómenos que rodean la conquista y (supuesta) reconquista de Summer –el karaoke y la boda, respectivamente– me resultan, quizá por los tonos acaramelados en que se pintan, los más dulces oasis que su corazón se permite regalarnos.
– La identificación de la audiencia con Tom:
El punto en que no solo se sustenta, como decía, la comicidad, sino el éxito global de esta cinta es que su espectador haya pasado por una situación semejante a la que verá experimentar a Tom. Desde antes incluso de conocerle, la apuesta ya está servida: “La siguiente es una obra de ficción, cualquier parecido con algún personaje vivo o muerto es mera coincidencia. Especialmente tú, Jenny Beckman. Perra”. Los escritores del guión de “(500) Days of Summer”, Scott Neustadter y Michael H. Weber, siguen buscando nuestra empatía cuando dejan que en este se parafrasee a Arthur Miller: “La mejor forma de olvidar a una mujer es convertirla en literatura”. Ya avanzada la película, los dos mejores amigos de Tom y su jefe –todos varones como él– nos hablan directamente de sus experiencia sentimentales; la voz de un narrador ajeno a la historia hace apariciones esporádicas –entre otras cosas, nos aclara que esta no es una historia de amor–; y cuando Autumn y Tom estrechan sus manos, éste último mira fijamente a la audiencia. Estos tres detalles nos ofrecen una privilegiada posición al lado de Tom y el derecho a compartir y a aprender de su experiencia, dejando de lado el que en otro caso correría el riesgo de ser un simple ejercicio de voyeurismo. En cualquier caso, es la universalidad de las múltiples situaciones que rodean los 500 días en que Summer ronda la cabeza de Tom la que más enteros gana a favor de este punto.
– Autumn:
¿Para qué nos caemos, pequeño Tom? ¡Para volver a levantarnos! Físicamente, Autumn y Summer sólo comparten su belleza; me obligo a creer que asimismo la relación de Tom con ella tan sólo se parecerá a la de Summer en lo profundamente enamorado que él creerá estar, pero que el resto será tan diferente como lo es el color de sus ojos. Autumn es un canto de esperanza teñido de realismo –espero que cierto– capaz de arrancar la sonrisa final que remata una obra, a mi parecer, perfecta.
Información del autor: Miguel García-Boyano es un cinéfilo amante del cine dentro del cine. Proyecto de médico por la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. La definición más acertada que puede dar de sí mismo es a través de tres de las películas que más vueltas le han hecho dar a su cabeza: «It’s a wonderful life» (Frank Capra, 1946), «American Beauty» (Sam Mendes, 1999) y “La vie d’Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013).
Deja una respuesta