¿Adónde vas, Adèle?
Querida Adèle Exarchopoulos:
Nunca había ido a ver una película con expectativas tan altas. Desde la rendición del jurado de Cannes, Spielberg a la cabeza, con la entrega de la “Palma de Oro” a vuestro director y, como gran excepción, también a ti y a Léa, sus dos actrices protagonistas, empecé a seguirle la pista.
Hablaban de un rodaje durísimo, con seis meses de rodaje, hasta siete días en semana, más de ochocientas horas de grabación, semanas empleadas en una única escena y grabaciones de hasta cuarenta minutos sin cortes. Parecía Abdellatif un tipo peculiar en busca de un cine diferente.
La película era una bomba de relojería para mí, ya se sabe lo que pasa cuando pones tus expectativas por las nubes –que luego viene Summer y te machaca–. Algo tan pretencioso… ¡Qué aventura! ¡Y qué peligro!
Pues arrancó la cosa. Sin casi enterarme ya estaba metido en tu mundo, y sin casi darme cuenta salí de él, tras las tres horas más cortas que he pasado delante de una pantalla de cine. Y entonces continúo disfrutándola, analizándola, con ese regustillo tan cinéfilo… Necesito entender por qué me harás tan difícil volver a disfrutar con el cine por un tiempo. Voy a criticarte me digo.
Miro la trama. Simple. Comprensible. Una historia de amor y desamor. ¿Pero por qué me ha tenido sin parpadear tres horas? Entonces miro las escenas y cómo se siguen unas a otras. Realismo a más no poder, la vida tal y como la conocemos. Pocos diálogos, pero mucho lenguaje, aquél que es más propio del cine, el corporal. No recuerdo ninguna actuación capaz de transmitir al espectador tan bien como la tuya lo que a uno se le pasa por la cabeza en cada instante. Tu cara es un poema. Has dicho que lo que más temías antes de empezar a rodar era no saber llorar frente a las cámaras… Tu llanto convierte la pantalla en un espejo universal de horas bajas. Consigue cubrirme con la piel de tu personaje hasta hacerme sentir emocionalmente desnudo. ¡Cualquiera podría ver cómo reaccioné antes esta o aquella situación! Y aquí te cuento que mi escena favorita de la película es cuando lloras nada más quedarte sola después de la actuación musical con los niños.
Entonces entiendo vuestro método de rodaje, repetir tanto una escena hasta olvidaros de que actuáis y vivirla. Debe de haber bastante de ti en tu personaje para que Abdellatif te homenajeara dándole tu nombre –en el cómic se llama Clémentine–. En definitiva, creo que conocerte tan intensamente en tan breve espacio tiempo, aunque no tengas una vida de película, es lo que me ha enamorado.
Sigo mirando escena a escena… ¡Qué bien bailas al son de “I follow rivers”! Realismo extremo en el reencuentro, en ese cariño que Emma confiesa seguir guardando a Adèle, pero que no basta para querer seguir viéndola. Toques de humor fino al contrastar las dos familias, ¿es que le falta algo a esta película? Pinceladas sutiles que hablan de la casualidad del destino. Y muchas más cosas que seguro se me escapan, “La vie d´Adèle” tiene ese aroma peculiar del cine francés que me obligará a su revisionado.
Ahora quiero mirar la historia de principio a fin. Los dos capítulos en que se divide la película: el enamoramiento y el desamor. Lo cálido y lo frío. Lo azul y lo ¿ocre? Sí, es el personaje de Emma, metafóricamente expresado en su color de pelo – y también en su vestuario-, el que marca el devenir de la relación y de la película. La candidez, el idealismo, la sonrisa y la pasión del azul pasan a la indiferencia, el tedio y el pragmatismo del ocre. En este punto he de confesarte que me recuerda a la dicotomía rosa/azul de “Blue valentine”. ¿Y por qué se llega a ese punto? Ni idea, quizá sea que, como decís, la tragedia es algo intrínseco a vivir. Probablemente lo sea a las relaciones sentimentales, más aún cuando no se ha experimentado mucho. Puede que Adèle no vuelva a dejar que su felicidad recaiga en algo tan inestable. Eso es lo triste del tercer capítulo, aquél que Emma ya ha alcanzado, que muchos se conforman con lo estándar por miedo a la tragedia y dejan de buscar lo que les apasiona –curioso y muy humano que sea justo ella la que critique esta actitud en Adèle, que no peca de ella –. Ojalá que Adèle no llegue a ese punto y, antes de lo que lo hizo Lester en “American Beauty”, vuelva a luchar por sus pasiones.
El adiós de espaldas, hacia el tercer capítulo de su vida… sublime. Una despedida que emula la de Audrey Hepburn en “The nun´s story” cuando encaraba una nueva etapa en su vida, levantándose del “fracaso”, o más bien, como en tu caso, del aprendizaje de la anterior. Quien tropieza y no cae, avanza dos pasos.
Con esta crítica no pretendo ni mucho menos hacer lo que tu personaje repele, cortar la imaginación del lector explicándole una historia. Porque la magia del cine es precisamente esto, que a cada uno le tocarás (o no, si es que eso es posible) una fibra distinta, y que todas serán igual de válidas. Y con esta aclaración me atrevo, porque siempre he sido bastante optimista, a aventurar que Adèle dejará que la vida le golpee de nuevo antes de renunciar a ser feliz.
Muchas muchas gracias por tamaña muestra de talento.
Información del autor: Miguel García-Boyano es un cinéfilo amante del cine dentro del cine. Proyecto de médico por la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. La definición más acertada que puede dar de sí mismo es a través de tres de las películas que más vueltas le han hecho dar a su cabeza: «It’s a wonderful life» (Frank Capra, 1946), «American Beauty» (Sam Mendes, 1999) y “La vie d’Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013).
Deja una respuesta