(Dirigida por Benedick Erlingsson – Islandia, 2013)
Desde entonces me buscó su mirada
dentro de mí, contra tantos dolores
padecidos por hombres y caballos,
y no me gusta, no, la suave liebre,
ni el león, ni el halcón,
ni los puñales de los tiburones,
sino aquella mirada,
aquellos ojos fijos
en la tranquilidad de la tristeza.
PABLO NERUDA
“Oda al caballo olvidado” (1958)
Con una estela de 20 premios y 14 nominaciones, varios Edda Awards al mejor film, director, actor, guión…en Islandia pero también en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, Tokio Internacional Film Festival, Göteborg Film Festival… etc., llega a las pantallas argentinas la opera prima del director islandés Benedikt Erlingsson, más conocido como actor que como escritor. Una película de pequeños detalles y grandes logros, que desde los títulos de crédito (impresos en la piel de un caballo) nos anuncian su originalidad. Fotogramas silenciosos e insólitos, de hombres reflejados en el ojo del caballo, de caballos reflejados en el ojo del hombre.
Resulta curiosa la elegancia con la que arranca el film al presentarnos a dos de sus protagonistas, Kolveinn (Ingvar Eggert Sigurðsson) un jinete vestido impecablemente, preparando su yegua, mientras en casa, Solveig (Charlotte Bøving) se arregla en espera de la visita de ambos. Y todos envueltos en una naturaleza tan instintiva como incontrolable.
Resulta sorprendente los rituales hechos rutina: un paseo una mañana de domingo; y las rutinas hechas rituales: un termo de café acompañado de unos prismáticos. Exhibicionismo, cortejo, altanería, orgullo, coquetería… a través del manejo de los caballos. Pero también ambición, testarudez, obsesiones, envidias y vicios humanos que arrasan con cualquier tipo de ceremonia.
Resulta admirable el respeto a las tradiciones milenarias, muchas veces ligadas al cumplimiento a rajatabla de ciertos códigos para salvaguardar el honor de la afrenta, de la vergüenza, y que quizá sean para el espectador, lo menos entendible o lo más incómodo.
Resulta paradigmática la belleza de la muerte en los animales, llena de ternura y compasión; y lo absurdo de la muerte en los hombres, rozando el patetismo y la comicidad.
Pero resulta bienhallado el humor negro, verde y de todos los colores que se filtra en cada secuencia, como el paisaje o el clima islandés, a veces amable a veces implacable.
En definitiva, como apuntábamos al principio, De hombres y caballos es una oda, con toda su poética y algo de aleccionadora, pues toda la maldad contra la naturaleza tal vez nos viene siendo devuelta.
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