Las más bellas historias de amor del cine, ¿cuáles han sido? ¿Sería posible comparar para esta única categoría un dramón de la talla de “El diario de Noa” (Nick Cassavetes, 2004) con, salvando las diferencias de la época, una fácil comedia romántica como “La fiera de mi niña” (Howard Hawks, 1938)? No lo creo. El drama y la comedia romántica son dos géneros demasiado diferentes. ¿O no nos cuidamos de elegir uno u otro según nuestro estado de ánimo? El realismo –al menos aparente– de las primeras es difícilmente compatible con el idealismo de las segundas. Luego están “Two for the road” (Stanley Donen, 1967) y otras pocas elegidas que son capaces de combinar ambos estilos de juego y salir victoriosas, pero no es lo más común. Si contáramos con la máquina de “La mosca” (Kurt Neumann, 1958) e introdujéramos en la misma precisamente “Two for the road” y “La vie d´Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013) es probable que diera como resultado el filme que hoy me ocupa, “Blue Valentine” (Derek Cianfrance, 2010).
Cuando Dean (Ryan Gosling) cree haberse enamorado de Cindy (Michelle Williams) a primera vista reconoce que quizá haya visto muchas películas –comedias románticas me atrevería a aclarar–. Dean es un idealista. Y el carácter de un idealista enamora a cualquiera. No le importan ni las palizas del ex-novio de Cindy, ni la desaprobación de su padre, ha conocido a la chica con la que quiere pasar el resto de su vida.
La forma que Cindy tiene de experimentar el amor es más realista –o pesimista, para que me entiendan los idealistas–. El ejemplo de sus padres y de su abuela le hacen tener claro qué tipo de relación sentimental no quiere para su vida. En segundo plano queda algo que desconoce –y desconocerá–, qué espera encontrar en el amor de pareja.
Su matrimonio y su hija son para Dean motivo más que suficiente como para invertir en ellos todos sus talentos. Sin embargo, Cindy no siente lo mismo. Me parece como si ella, a diferencia de su marido, pudiera haber acabado con cualquier otro que se hubiera cruzado en su vida en el momento justo. Dean es quien se acerca, quien la conquista, quien le propone formar una familia y también quien reserva en el motel para salvar su “futuro”. Las palabras de la abuela de Cindy parecen cobrar vida en el mismo momento en que se sienta en el autobús, ukelele en mano, junto a su nieta. Él es el rosa que tiñe la residencia de ancianos, la primera cita y la boda. Pero ella no está hecha para Dean. La figura de su padre se hará más y más presente, tanto en la pantalla como en la mente del espectador, conforme avance el tiempo ficticio de la historia y el matrimonio de Cindy se vaya desmoronando como lo hizo el de su progenitor.
¿Sería justo señalarla como la principal responsable de este fracaso? ¿Como el frío azul que acaba por devorarlo todo? No lo creo. Dean es más cariñoso, sí, pero las principales responsabilidades de su familia las asume su mujer, y tampoco es que ayude su fuerte carácter. En cualquier caso, ni pienso ni siento que la película quiera señalar a Dean o a Cindy como culpables. Si en “Two for the road” dos caracteres tan diferentes como los de “Blue valentine” –uno idealista y otro más pragmático– lograban la supervivencia de su matrimonio gracias a que entre ambos conseguían hacer real el ideal del amor incondicional, aquí Cindy nos hace ver nítidamente lo inútil de prolongar la vida de lo que en el fondo está y seguirá muerto.
Ni siquiera el crudo realismo que acaba por imponerse en la agridulce ópera prima de Derek Cianfrance debería resultar impedimento alguno para que los más idealistas disfrutaran de “Blue valentine”. Los abundantes flashbacks que se alternan en montaje paralelo con el presente y que rememoran los inicios de la relación harán seguramente sus delicias. Más allá de su cuidada estética y de unas excelentes interpretaciones, ya sólo el chiste que Cindy cuenta –o más bien sus prolegómenos– y la canción que canta el propio Ryan Gosling (“You always hurt the one you love”) en la primera cita bastan para compensar el abatimiento en que puede sumir el desolador plano final de este filme. La hija de Dean y de Cindy, lo único que les seguía uniendo más allá de su pasado –y por eso vemos que estos dos elementos escapan del azul–, acaba por no ser suficiente para mantenerlos unidos. La sombra del idealismo y el dibujo del realismo, cada una con sus virtudes y defectos, incapaces de compenetrarse, acaban por darse la espalda. ¡Ojalá que sea para bien!
Información del autor: Miguel García-Boyano es un cinéfilo amante del cine dentro del cine. Proyecto de médico por la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. La definición más acertada que puede dar de sí mismo es a través de tres de las películas que más vueltas le han hecho dar a su cabeza: «It’s a wonderful life» (Frank Capra, 1946), «American Beauty» (Sam Mendes, 1999) y “La vie d’Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013).
Margari dice
No era una película que me llamara mucho, pero acabas de hacerme cambiar de opinión.
Besotes!!!