Si Richard Linklater, Ethan Hawke y July Delpy, responsables de la célebre trilogía “Antes del amanecer” (1995), “Antes del atardecer” (2004) y “Antes del anochecer” (2013) hubieran querido condensar sus tres cintas en una sola, supongo que el resultado no distaría demasiado de la obra maestra que nos brindó con “Two for the road” allá por 1967 Stanley Donen de la mano de unos inspiradísimos Albert Finney y Audrey Hepburn. Así, si con los primeros viajábamos a Viena, París y a Grecia en un recorrido de dieciocho años, en este caso son los viajes de una pareja británica por el sur de Francia durante sus doce años de relación los que sirven de excusa al brillante guión de Frederic Raphael para explorar sus encuentros y desencuentros.
Los recurrentes paralelismos trazados a lo largo y ancho del filme, en que unos mismos escenarios son revisitados con varios años de diferencia, nos van mostrando el progresivo deterioro de la pareja protagonista. Si invirtiéramos el guión y el paso del tiempo mejorara la respuesta dada ante unas mismas situaciones, nos encontraríamos ante una especie de videojuego fílmico probablemente deudor de “Atrapado en el tiempo” (Harold Ramis, 1993). Pero la realidad es la que es. Ni Mark ni Joanna pueden deshacer sus pasos, ni la pasión propia de quienes se acaban de conocer puede ser la misma que la de un matrimonio sometido al paso del tiempo.
La música de Henry Mancini capta perfectamente ese castigo del tiempo al que los caracteres de Mark y de Joanna se ven sometidos. La pareja de actores principales nos ofrece un cóctel de comedia y de drama, de sonrisas y enfados, de pasión y de economía… Quedará hasta el final en entredicho si también lo es de soltería y matrimonio.
Sonrío cuando descubro a Joanna escondida tras la señal de tráfico. Recuerdo los cilindros de cemento como el mejor dormitorio que nunca tuve. No dejo de preguntarme cómo no pude ver la mosquitera encima de la cama. Me prometo no acabar siendo tan insoportable y triste como Cathy o Howard. Me encanta ver reír a Joanna cuando Mark sale del agua simulando ser un zombi. Y por eso me duelen las perpetuas lágrimas que esconde bajo sus gafas de sol –ojo al despliegue de vestuario y peinados que se marca Audrey Hepburn–. Quiero soltarle un puñetazo al insoportable David. Y a veces otro a Mark. ¿Es que no te das cuenta? ¿Por qué pruebas antes con el reloj que con el “te quiero”? Pero sobre todo querría darle las gracias a Donen, ha conseguido hacerme partícipe de sus vidas.
Nos acercamos al final. Donen y Raphael se homenajean en una escena imposible que atraviesa el tiempo, tanto dentro de la pantalla como fuera de ella, pues sigue conservando toda su energía a pesar de que han pasado ya casi cincuenta años de su creación. En ella Mark y Joanna suman años en apenas segundos, se suben a bordo de coches diferentes y se cruzan consigo mismos hasta que Mark, en el presente, concluye que han cambiado. Joanna le aclara que sólo su éxito laboral es nuevo. La película le da la razón cuando el pasaporte vuelve a entrar en escena. Éste simboliza las raíces de su matrimonio, que no se encuentran ni mucho menos en esa pasión, en esa fácil tolerancia pasada, sino en el amor incondicional, en el sellado, en la reafirmación continua del mismo por encima de sus diferencias y del tiempo.
Información del autor: Miguel García-Boyano es un cinéfilo amante del cine dentro del cine. Proyecto de médico por la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. La definición más acertada que puede dar de sí mismo es a través de tres de las películas que más vueltas le han hecho dar a su cabeza: “It’s a wonderful life” (Frank Capra, 1946), “American Beauty” (Sam Mendes, 1999) y “La vie d’Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013).
mari-pi-r dice
Dejarte mis deseos de un buen principio de Año, que nos dejes siempre buenas películas para ver y recordar.
Un abrazo.